Espejos y Portales

Los espejos fueron concebidos por los humanos hace más de 6000 años, desde aquellas piedras pulidas de obsidiana que nuestros ancestros usaron para reconocerse por primera vez hasta los cristales de hoy en día que podemos encontrar en casi cualquier parte del mundo. Han sido usados desde rituales antiguos hasta profundos análisis de la psicología moderna. Lo cierto es que desde entonces el espejo ha quedado grabado en el subconsciente como uno de los símbolos más importantes de la humanidad. Simboliza la autoconciencia, la identidad, la sombra, el reflejo del alma, la verdad, la confrontación, la disociación, la magia, las dimensiones y el infinito.

Prácticamente todo el mundo ha soñado alguna vez con espejos y se ha cuestionado varias cosas.
A continuación, presento la inmersión en un sueño lucido o mejor dicho “pesadilla lucida” : 

Son las tres de la mañana. Estoy en mi habitación, en la casa de mis padres. La noche está tan serena, como si el mundo entero se hubiese detenido. La oscuridad cubre cada rincón, salvo por las finas franjas de luz que se filtran a través de las persianas de ambas ventanas, junto a mi cama.

Me quito las sábanas lentamente y me siento al borde de la cama. El frío del suelo sube por la planta de mis pies. Me levanto y camino hacia la puerta. Al abrirla, el pasillo de siempre: estrecho, frio y oscuro. A mi izquierda, el barandal de madera da hacia la escalera que rodea un apenas visible antiguo candelabro de bronce y vidrio, suspendido del techo por una cadena.

La densa penumbra apenas deja adivinar la puerta de la habitación de mis padres al final del pasillo. A mi derecha, a la par de mi cuarto, la puerta del baño entreabierta.

Entro y enciendo la luz. Al alzar la mirada, veo mi reflejo sobre el espejo. Me detengo. Me observo. Mi imagen extrañamente nítida me insinúa algo. Estoy en ropa interior con el torso desnudo, a mis espaldas, la oscuridad parece más opresiva que nunca.

Un escalofrío me recorre la espalda, pero no aparto la mirada. Es como si el reflejo invadiera con su presencia. Me acerco al cristal. Siento una leve molestia en la boca. Paso la lengua por los dientes hasta tocar el incisivo superior derecho. Lo toco con el dedo. Se mueve. No duele, pero es incómodo.

 Me alejo un poco y vuelvo a mirarme. Con el índice y el pulgar tomo el diente y lo extraigo con suavidad. No hay sangre. Solo el hueco que siento al pasar la lengua.

Entonces, mi reflejo me mira directamente. Y extiende su brazo hacia mí, ofreciéndome el diente.

Años más tarde, estoy en mi apartamento. Son las tres de la mañana. Me despierto con una extraña presión en la boca. Me levanto y voy al baño. Al cruzar la puerta, la perspectiva cambia. Ya no estoy en mi apartamento; estoy nuevamente en el baño de la casa de mis padres.

Mi respiración y mis latidos se aceleran. Miro el espejo con desconfianza, preguntándome si se trata del mismo sueño de siempre. Pero algo no cuadra. Estoy paralizado, aunque plenamente consciente. Debe ser un sueño. O al menos eso creo.

Mi reflejo parpadea sin que yo lo haga y continúa como quien sigue un guion ya escrito. Lo observo llevar su dedo al mismo diente flojo. Lo mueve. Luego retrocede un paso, mostrando el torso completo. Con calma extrae el diente y lo deja caer en el lavabo.

El sonido del diente contra la cerámica retumba dentro de mi cabeza. Luego se arranca el incisivo izquierdo. Y finalmente, el premolar. Esta vez tira con fuerza, llevándose un trozo de mandíbula, encía y varios dientes.

Mi estomago se revuelve, pero algo me impide apartarme, como si una enredadera de espinas creciera dentro de mío. El espejo refleja la carne desgarrada, los bordes ensangrentados, los dientes aún incrustados al hueso. Mi reflejo clava su mirada fría y vacía en la mía. Extiende el brazo con los dientes sobre la palma de su mano.

El terror me inmoviliza. El aire se vuelve espeso. Las paredes parecen cerrarse sobre mí. La distancia entre mi reflejo y yo desaparece hasta fusionar nuestras miradas.

Despierto de golpe. El reloj marca las 3:15. Estoy en mi cama, en mi apartamento. Aun acelerado respiro con dificultad. Siento la boca seca y adolorida. Camino tambaleándome hacia el baño.

Enciendo la luz. Me miro al espejo. Algo no está bien.

No hay reflejo.

Atónito doy dos pasos hacia atrás y me choco con algo. Mi mente se quiebra en ese instante. Un estremecimiento trepa hasta mi cuello. Esto no puede ser real…

Siento como delicadamente toma mis manos por detrás y me entrega cada uno de sus dientes. 

Todos, al menos una vez, hemos tenido que enfrentarnos al reflejo de lo que ya no somos… o de lo que más tememos llegar a ser.

¿Y tú? ¿Ya has reconocido a la sombra que te observa del otro lado?

 

 

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